De dictador a narco: el giro que cambió la estrategia estadounidense
Cómo el reencuadre en Washington de Maduro -de dictador a narcoterrorista- logró lo que años de diplomacia no pudieron: ejercer verdadera presión sobre el régimen de Venezuela.
Buques de guerra americanos patrullan el Caribe, hundiendo lanchas con droga en aguas internacionales pero inquietantemente cerca de las costas venezolanas. ¿Cómo llegamos aquí? No es por los crímenes de lesa humanidad de Nicolás Maduro, ni por sus presos políticos, ni por las elecciones robadas. Es por algo mucho más pragmático.
Para entender esta nueva estrategia, y por qué se ha activado ahora, no hay que mirar a Caracas sino a Chicago en 1931, cuando la justicia alcanzó a Al Capone.
La caída de Al Capone
La mañana del 24 de octubre de 1931, una ciudad entera respiró por fin. Chicago, que había vivido bajo la bota de hierro del mafioso más notorio del país, Al Capone, recibía la noticia de su condena.
La caída de Capone había sido un clamor nacional. A pesar de que todo el mundo sabía que era responsable de asesinatos, extorsión, contrabando y un sinfín de crímenes que paralizaban la ciudad; a pesar de que una unidad de élite del FBI liderada por Elliot Ness llevaba años tras su pista, imputarlo era imposible. Los testigos desaparecían, se echaban para atrás o, convenientemente, aparecían coartadas.
Pero el juicio que lo condenó no fue por ninguno de esos crímenes terribles —sus grandes pecados—. Fue por algo en lo que muchos ciudadanos comunes podían verse reflejados: evasión de impuestos. Mentirle al IRS. Once años de prisión le dieron. Fue suficiente para desmantelar su estructura de poder y devolverle el aire a Chicago.
A veces no cazas al criminal por su peor falta, sino por la que puedes probar y que te permite encarcelarlo.
Los pecados mayores de Maduro
Como Capone en el siglo XX, cuando se escriba la historia de los grandes bandidos del siglo XXI, Nicolás Maduro y su círculo ocuparán un capítulo prominente.
Sus “grandes pecados” son de sobra conocidos. El expediente de crímenes de lesa humanidad en La Haya se abulta cada año con denuncias de persecuciones políticas, desapariciones forzadas, tortura y asesinatos. Su manejo económico provocó la mayor contracción de la historia moderna en tiempos de paz, arrojando a millones al hambre y desatando una ola migratoria de casi ocho millones de personas1.
Específicamente en lo relacionado a Estados Unidos, Maduro ha secuestrado a varios ciudadanos americanos (nueve en 2025), acusándolos de espías y usándolos como piezas de canje. Los repetidos robos electorales desde, al menos, 2015 completan la imagen de un Estado capturado por una organización criminal.
Pero, como con Capone, es un pecado relativamente menor el que amenaza con costarle, si no el cargo, al menos la tranquilidad: su involucramiento directo en el tráfico de drogas.
En marzo de 2020, el Departamento de Justicia de EE.UU. acusó formalmente a Maduro de ser uno de los cabecillas del “Cartel de los Soles”, una organización narcocriminal donde altos funcionarios, militares de la Fuerza Armada y civiles conspiran para traficar cocaína desde Colombia hacia Estados Unidos y Europa. Junto a él, fueron imputados Diosdado Cabello y el Ministro de Defensa, Vladimir Padrino López.
Esta acusación, que para muchos palidece frente a la crisis humanitaria, se está convirtiendo en el equivalente a la evasión de impuestos de Capone. Podría ser la grieta por donde se puede colar la justicia.
Lobo con piel de oveja
Ochenta años después de Capone, las administraciones en Washington —
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