Para ti, que naciste cuando el mundo contuvo el aliento
Esta es una carta para alguien que nació en 2025. Si la lee en 20 años, quizás entenderá muchas cosas.
Hola, viajero del tiempo:
Te escribo esto mientras me tomo un café pensando en cómo será tu vida dentro de 20 años. Si estás leyendo esto en 2045, es probable que estudies el 2025 en los libros de historia o en algún chip implantado. Lógicamente, no fue un año normal. Fue el año en que el tablero se rompió y tuvimos que empezar a pegar las piezas con lo que teníamos a mano. Quiero contarte la versión sin filtros, porque los libros suelen olvidar cómo se sentía realmente el aire en la calle.
Todo arrancó en enero con vibes de polarización. Donald Trump juró como el 47º presidente, logrando ese raro hito de un segundo mandato no consecutivo, y desde el primer día declaró que la “golden era” de Estados Unidos había comenzado. Washington se transformó rápidamente en una olla a presión donde la lealtad se valoraba más que la experiencia. Tuvimos un shutdown de 43 días que rompió todos los récords históricos, extendiéndose hasta noviembre. Fue un pulso político agotador que nos mantuvo en vilo, preguntándonos si las luces del gobierno volverían a encenderse o si este era el nuevo estándar de caos.
La obsesión del año fue la “eficiencia”, impulsada por un ala dura republicana decidida a desmantelar sectores enteros del Estado federal. Aquí es donde entra Elon Musk, quien tuvo una relación con la Casa Blanca más tóxica que nuclear: entre amenazas y conflictos de intereses por Tesla y SpaceX, nunca sabíamos si eran aliados o enemigos. Y pensar que todo se rompió con una cosa que bautizaron como big, beautiful bill. En medio de este desmantelamiento, agencias como USAID perdieron su influencia global y estalló el “Signalgate“, revelando que el gobierno operaba vía mensajes efímeros tras filtrarse los chats de Pete Hegseth. La transparencia brilló por su ausencia.
Quizás en tu tiempo ya se estudie la “vibecession“ de 2025. Fue un término que inventamos para explicar por qué, aunque los números macro decían que estábamos bien, la gente sentía que se ahogaba al pagar las facturas. La Reserva Federal intentó calmar las aguas recortando las tasas al rango de 3.50% a 3.75%, pero la Casa Blanca presionaba constantemente con su propia “Fed en la sombra“. Intentar comprar una casa era misión imposible para las familias jóvenes, en parte, porque gigantes como Blackstone se quedaban con gran parte de ellas. Ponte en sus zapatos: para estas compañías, era mejor alquilar que vender. El sueño americano de tener vivienda propia se sintió como una fantasía inalcanzable para la clase media.
Para complicar más tu herencia económica, estalló la guerra comercial. Trump impuso aranceles agresivos argumentando que el comercio nos jugaba en contra, castigando productos importados con tarifas que variaban según el país. Hasta le puso uno de esos nombres que después nadie recordó: Liberation Day. Aunque hacia finales de año intentaron aliviar la presión eliminando aranceles en comida, el golpe al costo de vida ya estaba dado. Aprendimos a la fuerza que el proteccionismo también duele en el bolsillo propio.
Fuera de nuestras fronteras, el mapa geopolítico se redibujó con red flags. En la guerra de Ucrania, vimos con impotencia cómo los términos rusos parecían desconectados de la realidad, coronado por aquella visita de Zelenski a Mar-a-Lago, donde Trump le reprochó su falta de gratitud. En nuestro propio vecindario, la tensión con Venezuela escaló peligrosamente por las operaciones navales de EEUU en el Caribe e, incluso, un ataque con drones. Mientras la Casa Blanca amenazaba con intervenciones, María Corina Machado ganaba el Nobel de la Paz, un reconocimiento que posiblemente enfureció a más de uno en Washington, pero que llenó de orgullo a muchos de nosotros.
Aun así, también hubo cosas más o menos positivas en el escenario internacional. En Gaza, tras años de dolor y escombros, finalmente se alcanzó un acuerdo de alto al fuego entre Israel y Hamás que permitió liberar a los rehenes restantes. Fue una paz frágil, eso sí, que con el tiempo se rompió una, dos, tres y muchas veces. Por otro lado, la migración se endureció brutalmente: el asilo tradicional desapareció y vimos el inicio de deportaciones masivas y vuelos fantasma al CECOT en El Salvador, a veces basándose en leyes de guerra del siglo XVIII. Imagina tener miedo a salir sin pasaporte, ir a una audiencia o simplemente tener un tatuaje.
En el ámbito espiritual, vivimos un cambio de guardia histórico que sacudió al mundo. Lloramos la muerte del Papa Francisco, cuyo funeral rompió tradiciones y unió a millones en luto. Pero la sorpresa llegó en mayo: el cónclave eligió a Robert Prevost, quien adoptó el nombre de León XIV. Fue un momento surrealista ver al primer Papa estadounidense de la historia, con nacionalidad peruana, asomarse al balcón de la Plaza de San Pedro. Aunque mantuvo la línea social de Francisco, también hizo guiños a los conservadores, recordándonos que incluso la Iglesia debe equilibrar sus propias tensiones internas.
Lamentablemente, la violencia dejó un año lleno de cicatrices. El asesinato del activista conservador Charlie Kirk en un evento universitario nos dejó helados y reflexionando sobre la radicalización. Aún hoy cuesta asimilarlo. Leímos portadas sobre la legisladora Melissa Hortman, asesinada en su casa. La tragedia golpeó al azar: desde las inundaciones catastróficas en Texas que arrasaron el Camp Mystic, hasta el choque impensable entre un avión de American Airlines y un Black Hawk. Incluso lugares lejanos como Bondi Beach en Australia no se libraron del terror de un arma de fuego.
Tuvimos que despedirnos de gigantes que definieron el siglo pasado, cerrando capítulos culturales importantes. Dijimos adiós a la decencia política de Jimmy Carter y al ícono del cine, Robert Redford. También perdimos al director Rob Reiner, David Lynch, Diane Keaton, la conservacionista Jane Goodall, Ozzy Osbourne, Brian Wilson, Frank Gehry, el astronauta James Lovell y Ace Frehley. En los medios de comunicación, la cancelación de un segmento de 60 Minutes hizo que sintiéramos que los referentes de siempre se desvanecían. También vimos la novela de la posible fusión de Netflix-Warner, con Paramount en el medio. Porque el entretenimiento no se fue, simplemente cambió de formato.
Pero, oye, encontramos formas de distraernos de la locura. Los Philadelphia Eagles ganaron el Super Bowl LIX, negando el triplete a los Chiefs. Tú ya vas por el LXXIX, casi una palabra completa. Shohei Ohtani demostró que es de otro planeta jugando béisbol, y Taylor Swift se comprometió con Travis Kelce, paralizando internet (prioridades, ¿verdad?). Zohran Mamdani ganó la alcaldía de Nueva York, dándole un giro a la ciudad. Y por alguna razón que no te sé explicar, todos se obsesionaron con coleccionar unos muñecos peludos llamados Labubus. Supongo que necesitábamos algo suave y tierno a lo que aferrarnos.
Fue un año de contrastes violentos, de ruido ensordecedor y de aprender a navegar sin brújula. Hubo miedo, sí, y mucha duda sobre hacia dónde íbamos como país bajo este nuevo orden. Pero si estamos aquí, es porque sobrevivimos a todo eso, a la polarización extrema y a los huracanes. Si estás leyendo esto, significa que logramos reconstruirnos. Bienvenido al mundo. Ojalá tú hayas heredado la parte buena de todo lo que intentamos salvar ese año.
Con cariño desde el pasado,
Signals
Redactor: Leoner Hernández | Editor-in-Chief: Marcos Marín









